Los problemas de conducta hacen referencia a un conjunto de trastornos relacionados con el comportamiento problemático. Son un tipo de trastornos que va relacionado sobre todo con la edad infanto-juvenil.
¿Cómo saber si un niño tiene problemas de conducta?
“Mi hijo no se porta bien” “No sé si tiene algún problema” “Mi hijo me contesta mal”… son algunas de las anotaciones que nos hacen los padres que contactan con nosotras.
Es posible que notes que tu hijo o hija está teniendo conductas que no son adecuadas, o que está teniendo un cambio de comportamiento notorio. Es posible que te hayan informado desde el colegio de un mal comportamiento.
Estas son algunas señales que pueden indicar que puede ser beneficioso traer a su hijo o hija a terapia.
Los problemas de conducta pueden clasificarse en varios trastornos, que aunque no cumplan todos los criterios, puedan necesitar ayuda profesional:
- Trastorno negativista desafiante → característico de la edad infantil, marcado por un comportamiento desafiante, desobediente y provocador.
- Trastorno explosivo intermitente → de menor gravedad, se da por etapas.
- Trastorno de la conducta o trastorno disocial → característico de la adolescencia, donde se da un patrón repetitivo y persistente de un comportamiento de no respeto por los demás y las normas sociales propias de la edad.
Diferenciación con etapa evolutiva
Hay que tener en cuenta lo que es normativo (típico de la edad), de lo que no, para poder enfocar bien el tratamiento.
Por ejemplo, un adolescente que incumple una norma, puede ser algo característico de su etapa evolutiva y no por ello quiere decir que tenga algún tipo de problema.
Por eso es importante que ante alguna sospecha, acuda a terapia para que sea el profesional que determine esta diferenciación, ya que muchas veces es una línea muy confusa.
Base
Otro aspecto a tener en cuenta de este tipo de trastornos es la base del problema.
Esto quiere decir, que muchas veces el comportamiento del niño o niña es la manifestación de otro problema de base.
Por ejemplo, puede darse el caso de que un niño se esté comportando mal debido a una mala gestión emocional por la pérdida de su mascota. Se puede pensar que el problema es la conducta, pero lo que realmente le pasa a ese niño es otra cosa y es la forma de expresar que ha encontrado.
Por eso es importante profundizar en todo el sistema familiar y ver posibles variables que puedan estar influyendo. Así como aportar al niño otras estrategias de regulación emocional que sean saludables.
El niño no es el problema, sino que su comportamiento es el síntoma de que algo no va bien.
Causas comunes
Aquí os presentamos alguna serie de factores que aumentan la probabilidad de tener problemas de conducta, los llamados factores de riesgo:
- Impulsividad
- Inestabilidad afectiva
- Baja autoestima
- Dificultades en las habilidades sociales
- Bajo rendimiento escolar
Estos son algunos factores que se pueden tener en cuenta, para identificarlos y poder reducir su impacto al máximo.
Una manera de compensar los factores de riesgo consiste en potenciar aquellos factores protectores que tiene el niño. Es decir, se trata de reforzar esas condiciones que protegen al niño de tener problemas de conducta. Algunos de estos pueden ser:
- Alta autoestima
- Actividades de ocio saludables
- Disponer de estrategias de solución de problemas
Es importante tener en cuenta que estos factores no son determinantes, sino que modulan la posible aparición o no. Cada persona dispone de unos diferentes, por eso es necesario individualizar la terapia para que el resultado sea lo más eficaz.
Uno de los factores que más influye son los estilos parentales. Es decir, los estilos educativos que tienen los padres sobre sus hijos. Esto va a ser una variable muy importante para determinar el actual y futuro comportamiento del niño.
Estilo parental
Al hablar de estilos parentales estamos hablando de cómo se educa. Se pueden encontrar cuatro tipos de estilos que se mueven en dos ejes: afecto y exigencia.
El estilo autoritario se caracteriza por no expresar el afecto a los hijos y establecen los límites sin explicar los motivos. De este estilo es característico los “porque lo digo yo” y los “porque sí”.
El estilo permisivo consiste en no establecer ningún tipo de límite. Estos padres entienden que los niños deben aprender por sí mismos, por lo que no les dan ningún tipo de atención, ni a nivel de normas ni de afecto.
El estilo sobreprotector se basa en cubrir todos los deseos y caprichos del niño. En este caso sí hay afecto pero sin ningún límite ni norma.
El estilo democrático establece el equilibrio entre el afecto y las normas, que son claras y adecuadas a la etapa vital del niño. Con este estilo, se promueve una buena autoestima para el niño, son conscientes del valor del esfuerzo y saben tomar decisiones bajo su responsabilidad.
El estilo democrático es el más saludable, tanto para los padres como para el desarrollo del niño. Por eso, educar en esta línea confiere un factor protector de gran valía.
Prevención
La mejor prevención para este tipo de problemática es una educación eficaz, tanto a nivel comportamental como emocional.
Se trata de crear un ambiente de confianza en casa, donde haya espacio para el mundo emocional y que el niño o niña se sienta cómodo/a para expresar sus emociones y que sepa hacerlo.
Para eso, lo mejor es que los padres también se muevan con estas pautas. Si los niños ven que sus padres expresan, ellos aprenderán a hacerlo.
Cómo tratar
Llegados al punto de desarrollar alguna problemática, el mejor tratamiento es una intervención doble. Esto quiere decir, trabajar de forma conjunta tanto padres, niño y terapeuta.
El terapeuta puede trabajar con el niño, pero al final va a ser un tiempo poco representativo de la vida del niño. Por eso, es importante que los padres aprendan las estrategias necesarias para aplicar en el entorno natural de su hijo.
Si se puede, también es conveniente coordinarse con la escuela, por si ese comportamiento también se estuviese dando allí. Eso sí, esto siempre que los padres, y luego la escuela, estén de acuerdo.
Pautas de conducta para padres
Cuando hablamos de niños, es importante tener en cuenta que los padres son un elemento clave. Sois los que estáis con ellos de forma continuada, por lo que podéis actuar de forma más directa. En este sentido, existe un programa diseñado para los problemas de comportamiento, destinado para los padres.
El Programa de Barkley (1995) es para niños de 2 a 11 años, que busca un cambio en el comportamiento de su hijo, a través de la modificación de la propia conducta de los padres.
Con 8 pasos se ofrece una serie de indicaciones que puede utilizar con su hijo, con el fin de mejorar su comportamiento.
Es importante entender que estas son unas pautas generales, las cuales son importante adaptar a cada caso individual. Cada persona es única, al igual que cada situación familiar.
Paso 1: Aprenda a prestar atención positiva a su hijo
- Comparta tiempo exclusivo con su hijo, realizando una actividad en la que disfrute.
- Muestre interés, elogie, apruebe y ofrezca feedback positivo.
- No debe preguntar ni dar instrucciones.
- Si se porta mal, abandone la actividad momentáneamente o de forma definitiva si no cesa el mal comportamiento.
Paso 2: Use el poder de su atención para conseguir la obediencia
- Amplíe el paso 1 a situaciones en las que su hijo obedece o cumple con sus instrucciones.
- Demande peticiones de una en una y ofrezca feedback inmediato tras la realización de cada una.
Paso 3: Dé órdenes más eficaces
- Muestre seriedad en las órdenes.
- Realizarlas de forma simple, directa y con autoridad.
- Deben darse de una en una.
- Asegúrese de que está atendiendo, elimine cualquier elemento distractor.
- Pida que repita la orden y fije un plazo de tiempo.
Paso 4: Enseñe a su hijo a no interrumpir sus actividades
- Antes de realizar sus actividades, ofrezca dos consignas a su hijo: No interrumpir y ofrecer una actividad a realizar.
- Pare sus quehaceres de forma frecuente, para elogiar el comportamiento de su hijo.
- Progresivamente, alargue los tiempos.
Paso 5: Establezca un sistema de recompensas con fichas en casa
- Cuantifique las conductas que debe realizar su hijo, diferenciando el valor de cada una.
- Ponga valor a cada privilegio: cotidiano y especial.
- Se puede elaborar una economía de fichas o sistema de puntos individualizado para su hijo.
Paso 6: Aprenda a castigar el mal comportamiento de forma constructiva
- Amplíe el programa anterior, incluyendo la pérdida de fichas o puntos por la desobediencia o mal comportamiento.
- Ofrece tres premios por cada castigo. Regla “tres por uno”.
- Técnica de “tiempo fuera” para las conductas graves.
Paso 7: Amplíe el uso del tiempo
- Amplíe a más conductas desadaptativas.
- Tras la advertencia, aisle a su hijo en una silla hasta que cumpla con una “sanción mínima”, se encuentre tranquilo y acceda a lo que se le pidió.
- En caso de ser conductas ya pasadas, que diga que no lo volverá a hacer.
Paso 8: Aprenda a controlar a su hijo en lugares públicos
- Generalice lo aprendido.
- Antes de acceder al lugar, revise las normas y pídele que las repita.
- Comunícale el incentivo o el castigo que tendrá en función de su comportamiento.
- Asignarle una actividad durante ese tiempo.
Modificación de problemas de conducta
Más allá de los 8 pasos de Barkley, existen unas pautas básicas de modificación de conducta que hay que tener en cuenta.
Para ello, las conductas se diferencian en función de si son conductas no adecuadas por edad o situación, si son conductas adecuadas que tienen una baja frecuencia o si son conductas inadecuadas que se realizan.
En función del tipo, se debe responder de una manera concreta. Esto es importante verlo en el caso concreto, para que la efectividad de la respuesta sea lo más óptima posible.
Gestión emocional en psicoterapia infanto-juvenil
El trabajo en consulta con el niño, además de explorar la función de cada comportamiento, se centra en el aprendizaje de estrategias saludables de afrontamiento.
Se trata de darle herramientas para que pueda utilizarlas cuando sea necesario, y no tener que recurrir a otro repertorio de conductas problemáticas.
Así, se trabaja también la identificación, expresión y gestión emocional, para que el niño o niña pueda estar conectado con sus emociones y lo que le ocurre.
¿Quién debe acudir a terapia?
Por todo lo comentado, es recomendable que tanto padres e hijo/a acudan a terapia, para que el tratamiento sea más eficaz.
De no poder ser así, es preferible que sean los padres quienes acudan a terapia para adquirir las estrategias necesarias, sobre todo en edades más tempranas.